Los que me conocen saben que detesto el carnaval de la política. Aunque intento tener unas nociones elementales de como va el mundo, cuando hojeo un diario paso muy por encima las páginas de política y me entretengo, solo, en la sección de cultura. Si un día dedico más tiempo a la política es porque algún hecho me llama la atención o porque me afecta en la vida privada. La situación de los valencianos durante los últimos años me la he mirado, como tantos vecinos míos, con preocupación. Obras sobrecaras e innecesarias, sin una demanda social que las justifique, en el lado de faltas en campos tan importantes como la salud y la educación públicas; crecimiento urbanístico irracional, que ha degradado el paisaje y nos ha hundido en una crisis de consecuencias aún imprevisibles; ocultación y demonizació de la identidad cultural y lingüística que nos hace irrepetibles delante del mundo; manipulación y degradación de los medios de comunicación, hoy esclavos del poder; presidentes a quien sospechosamente toca, más de una vez al año, la lotería, o que hacen construir, con dinero de todos, un monumento de su propia cara, ya de por si horrible; subvenciones adscritas a ayudas al tercer mundo que van a parar, en cambio, a inmuebles del partido político que gobierna; presidentes presuntamente implicados en tramas empresariales corruptos... La lista es larga, no cabe aquí. Al conocer cada caso, he reaccionado unas veces con ironía, otras con tristeza, pero en todas me ha venido a la cabeza una idea leída a Imre Kertész, superviviente del holocausto nazi y premio Nobel. Él se preguntaba, refiriéndose a la cima de la barbarie nazi, como se había podido llegar a una situación tan diabólica sin haberse alertado a tiempo, y él acababa respondiéndose que era porque había llegado con dosis pequeña, día tras día, como cuando se sube un campanario escalón a escalón, y de repente te percatas que ya estás arriba. Una imagen me ha hecho comprender que, en Valencia, ya estamos arriba: la de mis hijos mirando una pantalla vacía, negra. Mis hijos miraban cada día los dibujos del canal Súper 3. Ayer, mientras los veían, la pantalla se quedó oscura, y muda. La imagen de mis hijos mirando el vacío me alertó y me hizo comprender que no vivimos tiempo para la ironía ni la tristeza. Es tiempo de actuar. Aquel quien veta la emisión de canales televisivos, en la época de la globalización y de la desaparición de las fronteras informativas, aquel quien osa invadir nuestra vida privada, entrar a nuestras casas e imponernos qué debemos ver y qué no, aquel intruso no puede continuar gobernando en un país que se diga democrático.
Los que hemos abierto los ojos tenemos la responsabilidad de hacerlos abrir a quienes los tienen cerrados o miran hacia otro lugar. También Hitler ganó unas elecciones; y si cometió los peores crímenes de la historia fue porque una multitud cómplice lo consentía o miraba hacia otro lado.
No se trata de hacer el juego a ningún partido de la oposición, más de uno de ellos cómplice del que ha pasado, se trata de tirar fuera los que mandan ahora, los que nos han llevado arriba del campanario y se pirran por empujarnos. Cuando se castiga un delito, no se hace solo por escarmentar quien la ha cometido, sino también por advertir los otros porque no lo cometan.
En algunos países de África, la juventud ha tumbado en cuatro días dictaduras que parecían inalterables. a los medios de comunicación corrompidos, han opuesto las herramientas que facilita Internet y un deseo poderoso, irrefrenable, de vivir en condiciones dignas.
Aprendamos la lección. Movámonos. El que ahora parece inalterable lo puede desmontar la voluntad del pueblo. No debemos esperar que nadie resuelva nuestro problema. Debemos dirigirnos a los vecinos ciegos y a los vecinos indiferentes, debemos hacerlos ver el que para nosotros es un dilema de una obviedad insultante: o Camps o democracia. No hay término medio.
Manuel Baixauli
Los que hemos abierto los ojos tenemos la responsabilidad de hacerlos abrir a quienes los tienen cerrados o miran hacia otro lugar. También Hitler ganó unas elecciones; y si cometió los peores crímenes de la historia fue porque una multitud cómplice lo consentía o miraba hacia otro lado.
No se trata de hacer el juego a ningún partido de la oposición, más de uno de ellos cómplice del que ha pasado, se trata de tirar fuera los que mandan ahora, los que nos han llevado arriba del campanario y se pirran por empujarnos. Cuando se castiga un delito, no se hace solo por escarmentar quien la ha cometido, sino también por advertir los otros porque no lo cometan.
En algunos países de África, la juventud ha tumbado en cuatro días dictaduras que parecían inalterables. a los medios de comunicación corrompidos, han opuesto las herramientas que facilita Internet y un deseo poderoso, irrefrenable, de vivir en condiciones dignas.
Aprendamos la lección. Movámonos. El que ahora parece inalterable lo puede desmontar la voluntad del pueblo. No debemos esperar que nadie resuelva nuestro problema. Debemos dirigirnos a los vecinos ciegos y a los vecinos indiferentes, debemos hacerlos ver el que para nosotros es un dilema de una obviedad insultante: o Camps o democracia. No hay término medio.
Manuel Baixauli
3 comentarios:
Si Valencia fuera Egipto, los ciudadanos montarían manifestaciones y el faraón estaría preparando las maletas.
Harieu de dir que el text està traduït, no cregueu?
Sobretot perquè la traducció que heu fet és automàtica i nefasta (Campos? Qui és Campos?)
I, pèr cert, per què l'heu traduït, si sou valencians i, en teoria, bilingües?
Jaume B.
Anònim, dos coses, la primera donar-te les gràcies per a corregir-nos en les traduccions, era del programa Salt( programa Donat per la Generalitat Valenciana) i segon totes les persones que ens seguixen en el Blog, no saben llegir el valencià. Gràcies.
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